La pasión - parte 1
En el capítulo anterior, terminamos el estudio de las últimas palabras de enseñanza y exhortación de Jesús antes de su sufrimiento y muerte (La pasión). En su enseñanza y oración:
- Promete enviar al Espíritu Santo para consolar y empoderar a los Apóstoles en su ausencia.
- Ora para que Dios siga adelante con el plan para salvar a la humanidad a través de Su muerte y que esta acción glorifique a ambos.
- Expresa amor por Sus Apóstoles debido a su fe y ora para que Dios les proteja y les permita llevar a cabo la misión que les ha sido encomendada.
- Reza para que el amor y la unidad entre ambos -Dios Padre e hijo- fundamentados en la Palabra se extienda a los Apóstoles y a todos los futuros discípulos gracias a esa misma Palabra.
Completado esto, Jesús cruzará el valle para orar solo en el Huerto de Getsemaní y aquí es donde comenzamos.
La traición de Judas - 18:1-11
Vs. 1-2 – Después de haber dicho esto, Jesús salió con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un huerto en el cual entró Él con sus discípulos. También Judas, el que le iba a entregar, conocía el lugar, porque Jesús se había reunido allí a menudo con sus discípulos.
Terminada la cena, el grupo abandona la seguridad de la estancia superior. Era lo habitual en Jesús que marchara de la ciudad y cruzara el valle de Kidron (no muy profundo ni largo, alrededor de 1 milla y medio) para tomar el camino que conducía a Betania, por el otro lado. Betania era donde vivian María, Marta y Lázaro y donde Jesús normalmente se quedaba cuando estaba en Jerusalén.
El Huerto de Getsemaní era un lugar donde los viajeros se detenían para descansar antes de continuar la última milla hacia Jerusalén. Podías ver la ciudad santa desde el huerto.
Hasta este momento, era normal que el Señor y los Apóstoles se detuvieran y descansaran en este punto intermedio entre Jerusalén y Betania. Quizás por eso Judas sabía dónde encontrar a Jesús.
Vs. 3-9 – Entonces Judas, tomando la cohorte romana, y a varios alguaciles de los principales sacerdotes y de los fariseos, fue allá con linternas, antorchas y armas. Jesús, pues, sabiendo todo lo que le iba a sobrevenir, salió y les dijo: ¿A quién buscáis? Ellos le respondieron: A Jesús el Nazareno. Él les dijo: Yo soy. Y Judas, el que le entregaba, estaba con ellos. Y cuando Él les dijo: Yo soy, retrocedieron y cayeron a tierra. Jesús entonces volvió a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús el Nazareno. Respondió Jesús: Os he dicho que yo soy; por tanto, si me buscáis a mí, dejad ir a estos; para que se cumpliera la palabra que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno.
Nótese que Juan no da ningún detalle respecto de las oraciones y diálogos mantenidos con los Apóstoles en el huerto, puesto que éstos ya están bien cubiertos en Mateo, Marcos y Lucas. Juan describe en los términos más simples posible la traición y el arresto de Jesús. Judas fue acompañado de una mezcla de soldados romanos y guardias de seguridad del templo y se dirigió al huerto sabiendo que encontraría a Jesús allí. Llevaban antorchas para registrar la zona ya que el huerto estaba oscuro.
Nótese también que Jesús es el que da un paso al frente y los coje por sorpresa, preguntándoles a quién buscan. Y quedan tan asustados que, al retroceder, tropiezan y caen. Téngase en cuenta que, incluso en este episodio, Jesús les pide que piensen sobre quién creen que es Él; y le responden: "Jesús el Nazareno ", que es este apelativo puramente humano. No Le muestran respeto ni como maestro ni como profeta, menos aún como el Señor y Mesías, tan solo como Jesús, el hombre de Nazaret.
Jesús repite que Él es el hombre que buscan y exige que dejen ir a los Apóstoles, no solo por seguridad, sino también para cumplir lo que Él mismo les había prometido en el pasado. Durante Su ministerio Jesús prometió que nadie entre Sus Apostoles, excepto Judas, se perdería (Juan 6:39; Juan 17:12). Que logren escapar ahora es el cumplimiento de esa promesa.
Vs. 10-11 – Entonces Simón Pedro, que tenía una espada, la sacó e hirió al siervo del sumo sacerdote, y le cortó la oreja derecha. El siervo se llamaba Malco. Jesús entonces dijo a Pedro: Mete la espada en la vaina. La copa que el Padre me ha dado, ¿acaso no la he de beber?
Peter, mostrando incomprensión del momento, se halla listo para luchar, para comenzar la revolución, para marcar el comienzo del nuevo reino, el nuevo orden de cosas. Jesús le ordena que pare y, en una referencia a Su oración en el huerto sobre la copa de sufrimiento que ha aceptado tomar, Jesús reafirma Su disposición para ir a la cruz, porque esta es la voluntad del Padre. Oh, sí, habrá una revolución y un gran cambio, pero deberá venir a través de Su muerte y resurrección, no a través de una guerra civil.
Juan no lo menciona pero en Lucas 22:51, Lucas dice que Jesús tocó la oreja del hombre y lo sanó.
Jesús ante los sacerdotes - vs.12-27
Hubo tres sesiones ante los Sumos Sacerdotes, pero Juan informa solo de una.
- La sesión ante Anás, quien fue el primer Sumo sacerdote y suegro del actual Sumo Sacerdote, Caifás. Juan describe ésta. Anás se había retirado, pero como en muchas situaciones entre los líderes, mantuvo el título de Sumo Sacerdote y su influencia durante mucho después de que oficialmente no ostentara poder (al igual que sucede con los ex presidentes, a los que todavía se les denomina Sr. Presidente).
- Anás envió a Jesús a su yerno Caifás, el Sumo Sacerdote oficialmente durante ese año. Y junto a otros líderes del Sanedrín, interrogan a Jesús en plena noche.
- Caifás convocó otra reunión matutina en la que Jesús sería condenado.
- Jesús fue llevado ante Pilato quien, al principio, lo envía a Herodes y tras ser interrogado es enviado a Su muerte en la cruz.
En su evangelio, Juan solo describe la sesión con Anás y Pilato, haciendo breve mención de Caifás.
Vs. 12-14 – Entonces la cohorte romana, el comandante y los alguaciles de los judíos prendieron a Jesús y le ataron, y le llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, que era sumo sacerdote ese año. Y Caifás era el que había aconsejado a los judíos que convenía que un hombre muriera por el pueblo.
Entre líneas se nos hace comprender que Anás ha sido el encargado de hacer un examen preliminar, probablemente para establecer los cargos contra Jesús. Juan menciona la declaración de Caifás para demostrar que la finalidad de este juicio era obtener un resultado ya decidido.
Vs. 15-18 – Y Simón Pedro seguía a Jesús, y también otro discípulo. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote, y entró con Jesús al patio del sumo sacerdote, pero Pedro estaba fuera, a la puerta. Así que el otro discípulo, que era conocido del sumo sacerdote, salió y habló a la portera, e hizo entrar a Pedro. Entonces la criada que cuidaba la puerta dijo a Pedro: ¿No eres tú también uno de los discípulos de este hombre? Y él dijo: No lo soy. Y los siervos y los alguaciles estaban de pie calentándose junto a unas brasas que habían encendido porque hacía frío; y Pedro estaba también con ellos de pie y calentándose.
Juan se dirige ahora hacia la escena del patio donde revela que Pedro y otro discípulo habían seguido todo desde la distancia. Es probable que Juan se esté refiriendo a sí mismo aquí, en tercera persona, del mismo modo que ya que había hecho en anteriores ocasiones. Estos eventos tienen lugar en primavera, de modo que debía hacer frío en medio de la noche. Juan registra una de las tres negaciones que Pedro hará respecto de Jesús (nuevamente, el ciclo).
Vs. 19-24 – Entonces el sumo sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de sus enseñanzas. Jesús le respondió: Yo he hablado al mundo abiertamente; siempre enseñé en la sinagoga y en el templo, donde se reúnen todos los judíos, y nada he hablado en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que han oído lo que hablé; he aquí, estos saben lo que he dicho. Cuando dijo esto, uno de los alguaciles que estaba cerca, dio una bofetada a Jesús, diciendo: ¿Así respondes al sumo sacerdote? Jesús le respondió: Si he hablado mal, da testimonio de lo que he hablado mal; pero si hablé bien, ¿por qué me pegas? Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.
Anás, ostentando el título de Sumo Sacerdote, está buscando un cargo, para que Caifás pueda tener algo con lo que culpar cuando se reuna el Sanedrín (70 ancianos que gobernaban con el permiso de Roma). Tanto este interrogatorio como la reunión de los líderes en la nocturnidad iba en contra de la ley, pero aún así, siguieron adelante.
Jesús responde con sinceridad, diciendo que lo que ha enseñado lo ha hecho abiertamente y cualquiera que lo haya escuchado puede dar a Anás la información que desea. En otras palabras, no tenían ningún derecho y ninguna necesidad de llevarlo atado a un interrogatorio ilegal, porque todo lo que necesitaban saber ya era público.
Esta acusación hizo que Anás pareciera tonto y, para protegerlo, uno de los guardias golpea a Jesús con la mano (el peor insulto para un Judío) con objeto de silenciarle. Téngase en cuenta que no discute lo que Jesús había dicho, solo defiende la posición y honor de Anás. Además, resultaba muy impropio que un guarda golpeara a un prisionero atado mientras se hallaba declarando para defenderse. Jesús no toma represalias, simplemente obliga a Su atacante a reconsiderar sus motivos para golpearlo. Viendo que su interrogatorio no les conducía a ninguna parte, Anás y los que están con él deciden enviar a Jesús a Caifás, para celebrar una audiencia más "oficial".
Vs. 25-27 – Simón Pedro estaba de pie, calentándose; entonces le dijeron: ¿No eres tú también uno de sus discípulos? Él lo negó y dijo: No lo soy. Uno de los siervos del sumo sacerdote, que era pariente de aquel a quien Pedro le había cortado la oreja, dijo: ¿No te vi yo en el huerto con Él? Y Pedro lo negó otra vez, y al instante cantó un gallo.
Juan cambia de nuevo de escena, para retomar la del patio con Pedro. Juan registra dos negaciones más donde los acusadores de Pedro van rodeándole y acercándose a su verdadera identidad. Con el gallo cantando obtenemos otro cumplimiento de la palabra de Jesús respecto de Pedro, así como una indicación de la hora en la que se encuentran. Pedro había sido el primero en manifestar abiertamente su fe en Jesús como el Cristo, y ahora es él uno de los primeros en negar a Cristo abiertamente, cuando la amenaza de persecución se acerca.
Jesús ante Pilato - vs. 28-38a
Juan no describe los detalles de los juicios ante Caifás y los líderes, dado que había sido ya hecho por los otros evangelistas (Mateo 26:59-68; Marcos 14:55-65; Lucas 22:66-71).
Los juicios nocturnos eran ilegales y la pena de muerte no podía pronunciarse el mismo día del juicio; debía transcurrir al menos un día. Los líderes sortearon esto celebrando una sesión durante la mañana siguiente, bien temprano, con el fin de pronunciar oficialmente la pena de muerte.
Dado que a los Judíos no les estaba permitido llevar a cabo éste pronunciamiento bajo la Ley romana, llevaron a Jesús ante el gobernador romano para convencerlo de que ejecutase a Jesús. Los tribunales romanos estaban abiertos desde el amanecer hasta el atardecer y, por lo tanto Jesús fue llevado ante Pilato bien de mañana (7-8 AM).
Vs. 28-32 – Entonces llevaron a Jesús de casa de Caifás al Pretorio. Era muy de mañana. Y ellos no entraron al Pretorio para no contaminarse y poder comer la Pascua. Pilato entonces salió fuera hacia ellos y dijo: ¿Qué acusación traéis contra este hombre? Ellos respondieron, y le dijeron: Si este hombre no fuera malhechor, no te lo hubiéramos entregado. Entonces Pilato les dijo: Llevadle vosotros, y juzgadle conforme a vuestra ley. Los judíos le dijeron: A nosotros no nos es permitido dar muerte a nadie. Para que se cumpliera la palabra que Jesús había hablado, dando a entender de qué clase de muerte iba a morir.
Los líderes Judíos, los guardias, otros seguidores y Jesús permanecieron fuera de las dependencias del gobernador para no entrar en una morada "gentil" por miedo a la contaminación. Quedarían impuros ceremonialmente y, por tanto, imposibilitados de participar en algunas de las actividades restantes de la Pascua.
Los líderes violaron las leyes para condenar injustamente al Mesías, pero no estaban dispuestos a romper una regla ceremonial para comer durante la Pascua.
El derecho romano y los juicios requerían que el acusador y el acusado se enfrentaran ante un juez romano con objeto de discutir sobre la validez de un cargo. Pilato, como gobernador, hacía también las veces de juez y empezó el proceso con una solicitud para conocer el "cargo."
Los Judíos saben que no hay forma de que un juez romano pueda considerar un caso fundamentándolo en la religión Judía, de modo que hicieron una acusación genérica contra Jesús como "malhechor".
Pilato, negándose a ser manipulado, les dice que Le juzguen ellos según su ley... ¡no le necesitan!
Entonces los Judíos manifiestan su verdadera intención: buscan la "pena de muerte", algo que solo un juez romano puede decretar. Juan inserta un comentario editorial aquí, subrayando el hecho de que incluso estando Jesús atado y en silencio aquí, Él ya había explicado lo que estaba aconteciendo y había predicho que sucedería. En otras palabras, Jesús tiene bajo su control incluso esta situación, porque Él ya la había anticipado.
Vs. 33-38a – Entonces Pilato volvió a entrar al Pretorio, y llamó a Jesús y le dijo: ¿Eres tú el Rey de los judíos? Jesús respondió: ¿Esto lo dices por tu cuenta, o porque otros te lo han dicho de mí? Pilato respondió: ¿Acaso soy yo judío? Tu nación y los principales sacerdotes te entregaron a mí. ¿Qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, entonces mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; mas ahora mi reino no es de aquí. Pilato entonces le dijo: ¿Así que tú eres rey? Jesús respondió: Tú dices que soy rey. Para esto yo he nacido y para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz. Pilato le preguntó: ¿Qué es la verdad?
Una vez Pilato se entera de su petición de pena de muerte, toma la custodia de Jesús y lo lleva al pretorio (patio) dentro del complejo de edificios del gobierno. Y comienza oficialmente el juicio con el interrogatorio de Jesús.
Pilato comienza con la acusación que podría potencialmente conducir a una sentencia de muerte. Declararse líder o rey sin la aprobación romana podría conllevar ejecución. Jesús pone a prueba a Pilato, para ver si él mismo realmente cree en la acusación o si Jesús parece alguien que pudiera cometer dicho delito. Pilato se siente insultado y responde que él es el gobernador y juez, y que no es un judío involucrado personalmente en el asunto. Sin embargo, ve que los judíos permanecen fuera para matar a Jesús y quiere saber porqué están tan excitados.
El ciclo continúa cuando Jesús, esta vez ante este oficial romano pagano, proclama Su verdadera naturaleza y posición al afirmar no ser parte de este mundo físico. Es muy lógico: si fuera un rey de este mundo habría lucha y guerra civil (los judíos Le acusan de agitar, para ganarse el favor del Gobernador romano). Pero Jesús sabe que Pilato no ha recibido informe alguno en este sentido acerca de Él. El Señor reconoce la parte de la acusación que resulta cierta -Él es un rey- y corrige la parte que no es verdad -no es un rey secular o mundano.
Pilato lo entiende, pero ahora tiene curiosidad, le pide al Señor que se explique sobre el tipo de rey que es. Probablemente esperaba que Jesús negara la acusación, pero cuando no lo hace, Pilato ahora pide una aclaración.
Jesús proclama Su realeza forma más completa y de una manera que involucra y desafía al pagano que tiene ante Él. Hace una confesión de su verdadera persona, es un rey divino que ha venido al mundo a traer la verdad. Es una invitación a Pilato a perseguir esta verdad: una verdad que toda persona que busca la verdad perseguirá. La pregunta que se plantea a Pilato es: "¿Eres un buscador de la verdad?"
La respuesta de Pilato es muy triste porque la falta de una simple palabra lo cambió todo. Si hubiera dicho "¿Cuál es la verdad?" habría abierto la puerta de su corazón para dejar que Jesús plantara la semilla del reino. En cambio, él respondió: "¿Qué es la verdad?" por lo que entendió lo que Jesús estaba diciendo, y sin embargo se negó a participar en una discusión al respecto.
Su punto de vista era como el sostenido por la mayoría de los romanos educados en ese momento: escéptico, suspicaz y egoísta. La mejor verdad era aquella que brindara oportunidades para uno mismo. Todo el mundo tiene su "verdad" pero, ¿puede haber realmente una verdad certera?
En nuestro próximo capítulo continuaremos con el juicio romano y público de Jesús ante Pilatos.